ESTRELLAS QUE DEJAN HUELLA
- Gizhe Hernández
- 24 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Aquellas personas que por sus obras o acciones trascienden y nos dejan una huella imborrable, son pocas. Tal es el caso de la Psicóloga Saira Torres Fernández, quien desempeñó diversos papeles en la Universidad José Vasconcelos a lo largo de casi 20 años.
Por Gizhe Hernández
Nacida el 26 de enero de 1963 en Durango, Dgo., Saira estudió la licenciatura de Psicología en nuestra querida institución, donde formó parte de la tercera generación de la universidad, una generación de psicólogos que marcaron época.
Para entonces, no existía ninguna escuela que ofreciera esta carrera en Durango, por lo que las primeras generaciones de la Universidad José Vasconcelos, no sólo lo fueron de la Institución, sino también del Estado de Durango. Gracias a ellos, fue que se abrió paso a que la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) incluyera la licenciatura en Psicología en su oferta académica, pues al inicio, los profesores eran egresados de la UJV, además de doctores, psiquiatras y filósofos foráneos.

En su etapa de estudiante, Saira obtuvo el mejor promedio de la carrera, que, hasta ahora nadie ha podido superar, por lo que podemos llamarla con honor: un Orgullo Vasconcelos. Posteriormente, realizó su maestría en Gestalt en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.
A partir del año 1990 comenzó a trabajar en la Institución como coordinadora de la carrera de Psicología, hasta 1995 que, ingresó al DIF donde trabajó con jóvenes que tenían problemas con las adicciones. Más adelante obtuvo una plaza en el IMSS, como la primer Psicóloga de este nosocomio.
En el 2002, volvió a su alma máter, la Universidad José Vasconcelos, pero esta vez, además de ejercer como coordinadora de la carrera en psicología, fue maestra y directora de la Maestría en orientación educativa y, por otro lado, tenía su consultorio privado, fue una mujer muy comprometida con su trabajo y su familia.
Durante este tiempo y hasta 2007, ayudó a darle un enfoque clínico y humanista a la carrera, gracias a su sentido humano y profesionalismo.
Algo que disfrutaba mucho realizar eran actividades donde organizaba talleres vivenciales para los alumnos. Se involucraba mucho en cultivar en ellos el sentido humano, el crecimiento personal y el autoconocimiento pues siempre estuvo segura de que eso los haría mejores psicólogos.
Le encantaba convivir con otras personas, tenía un gran corazón y todos la recuerdan como “el alma de la fiesta”. Siempre se involucró con los otros maestros, le gustaba conocerlos, formar un vínculo íntimo y hacerse su amiga, lo que permitía la unión dentro del equipo de trabajo, pues lo sentían como un segundo hogar.
“Lo que siempre la caracterizó es que irradiaba luz, siempre iba con una sonrisa, siempre andaba corriendo por todos lados, siempre ayudaba a todos los que necesitaban de ella”.
El 02 de mayo del año 2006, desgraciadamente le detectaron un tumor cerebral, que, tras diversos estudios, resultó ser cáncer (linfoma cerebral). Debido a que no era operable, inmediatamente comenzó una incansable lucha por vencer esta enfermedad.
Los primeros dos meses que inició su tratamiento de quimioterapias, permaneció en terapia intensiva y en noviembre comenzó radioterapia. Por fortuna, para la navidad de ese año el cáncer se había ido; sin embargo, en Semana Santa del año 2007, volvió.
Nuevamente regresó a su tratamiento hasta octubre, pero a causa del daño irreparable que las quimioterapias habían causado en su cerebro, fue enviada a casa donde el 23 de enero del año 2008 finalmente falleció.
“Algo que la distinguía era ser congruente, cuando alguien es congruente con lo que piensa, hace y siente, se nota, sabes que es auténtica, muchos confiaban en ella, y eso es genial”.
Esta mujer valiente, guerrera y maestra de vida es madre de Naieli Jarquín Torres, coordinadora de Servicios Escolares de la universidad, quien la recuerda siempre con mucho amor y nostalgia como una mujer llena de vida, divertida e inquebrantable.
Como madre, siempre impulsó a sus hijas a ser independientes y a enfrentar sus propias decisiones, pues decía que lo más difícil de la vida es aprender a vivirla y disfrutarla con todos sus matices. Nunca se quejó de nada, siempre daba soluciones y era parte del cambio; fue una mujer congruente en todo, como mujer, profesionista, mamá, hermana e hija.
Sin duda alguna, Saira fue una persona mágica, con grandes cualidades sociales y emocionales, servicial, dichosa, una mujer que dejó una huella en muchas personas a lo largo de su vida, comenzando con su familia; una mujer que de alguna manera cumplió su misión en esta vida, que enseñó a los demás a disfrutarla y a no temerle a la muerte, una mujer auténtica que trascendió.
“Doy gracias a Dios y a la vida por haberme permitido tener una madre como ella, que amaba la vida, que luchaba por sus sueños, y que jamás se dio por vencida, lucho hasta el final. Tengo la fortuna de tener su ejemplo, ella nos decía, que no importaba que fuéramos licenciadas o doctoras, lo importante es que fuéramos felices que nos sintiéramos realizadas en la vida, que disfrutáramos lo que hacemos, y ser educadas con la gente siempre”. Concluyó Naieli Torres, quien continua con el legado.
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